Para nadie es un secreto que en Costa Rica en ocasiones se desacreditan las actividades económicas culturales al calificárseles implícitamente de improductivas o poco importantes para el incremento de la competitividad del país. En definitiva, la esfera del debate político no es la excepción a esta dinámica. Prueba de ello son los recortes presupuestarios al Ministerio de Cultura que propuso el gobierno en agosto del año pasado, los cuales tenían la intención de financiar otro tipo de actividades que se consideraban de mayor importancia económica o social. Sin embargo, son pocas las veces en las que se habla de los aportes positivos que podría tener una industria creativa robusta sobre el desarrollo económico y bienestar de un país.
Según la teoría, estos aportes se pueden agrupar esencialmente en 2 tipos. El primero de ellos consiste en que son bienes y servicios como los demás en el sentido de que mejoran el bienestar de los involucrados en las transacciones asociadas a producirlos, comprarlos y venderlos. Es decir, al transarse, agregan valor y bienestar a la sociedad.
Esta contribución puede resultar la más obvia. Quiere decir sencillamente que si las actividades económicas culturales que tienen una competitividad sostenida en el tiempo aportan empleos de calidad, estables y producción de valor para una economía. La Cuenta Satélite de Cultura presentada por el Banco Central muestra en ese sentido que para el caso de Costa Rica las actividades creativas generaron ¢772.630 millones de colones en valor agregado en 2019 (2,1% del PIB). Estos subsectores dieron empleo a 45299 personas (2,1% del total de personas ocupadas en el país).
Ahora bien, el Banco Central también es vehemente en señalar en la nota metodológica de esta Cuenta Satélite que muchos de los aportes más importantes de la Economía Creativa no se pueden cuantificar. Esta noción da pie para mencionar el resto de los beneficios sociales que tiene la producción cultural al incremento del bienestar material que no son tan conocidos.
Estos aportes están asociados al hecho de que cuando hay amplia oferta de bienes y servicios culturales de calidad incrementa las opciones que tienen las personas para divertirse. Esto contribuye a que sea cada vez más intrínseco en la cotidianidad de la población el dedicar tiempo a la recreación. Lo anterior mejora la calidad de vida de las personas, debido a que favorece la salud física y mental y, por tanto, a la productividad y motivación de la gente en sus trabajos. También estimula la capacidad creativa de la población para ofrecer soluciones innovadoras a los problemas, y favorece a la creación de entornos en los que las personas toleran en mayor medida sus diferencias. Todo esto contribuye a mejores climas de trabajo en las empresas y, en general, a una mayor cohesión en los conglomerados sociales.
Esta segunda categoría de beneficios está asociada al concepto económico de externalidades positivas, es decir, afectaciones deseables que se dan sobre personas no involucradas en los procesos asociados al consumo de algún bien o servicio. Entonces cuando, por ejemplo, se brinda una clase privada de ejecución de un instrumento musical no solo se ven beneficiados el profesor y el alumno, se ve beneficiada toda la sociedad al estar formando un ciudadano con mayor propensión para pensar creativamente y que disfruta de sus ratos de esparcimiento.
Por lo tanto, la inversión en cultura e industria creativa impulsa sin duda alguna la calidad de vida y el desarrollo de los países. Es por esto por lo que, debe analizarse con cuidado los efectos que podrían tener los recortes del presupuesto público para el fortalecimiento de la cultura y el arte. Lo anterior porque podría privar a la sociedad de beneficios como los mencionados en este artículo, pero también porque puede afectar la incidencia en la delincuencia y drogadicción en regiones donde los jóvenes no tengan las condiciones para empoderarse y crear su identidad a través de la cultura.
Eso sí, para que los gastos en cultura sean efectivamente inversiones de alto rédito para la sociedad debe haber una labor diligente y responsable de las autoridades que ejecutan el presupuesto existente para ese propósito. De esta forma serán más tangibles sus beneficios y tendrán más apoyo político. Nos encontramos en una coyuntura de grandes desafíos para encarrilar al país en la ruta del bien común, y es preciso comprender que el país debe dedicar esfuerzos a robustecer la competitividad del sector económico cultura como parte de la integralidad de elementos que pueden incrementar el bienestar de todas las personas costarricenses.
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