Uno de los principios morales más básicos es el que nos llama a respetar la dignidad de cada individuo, reconociendo un valor incondicional en él no emanado de circunstancias contingentes. Ahora bien, el ser humano precisa de la sociedad para desarrollarse satisfactoriamente. Como ya lo sabían los filósofos en la antigüedad, la condición previa para que el ser humano no solo viva, sino que además posea una vida feliz es que pueda ser parte de una comunidad con sentido.
Cuando una sociedad no es capaz de respetar la dignidad de sus miembros, el único acto moral que cabe es, parafraseando a Marx, la crítica implacable de todo lo existente. Por eso los teóricos de la pedagogía crítica vienen planteando, desde hace algún tiempo, la necesidad de que la educación vaya más allá de la mera instrucción.
El desarrollo de un modelo social sustentado en el éxito individual y las ganancias corporativas en nuestro país, hizo que por años la discusión en torno a la naturaleza de la educación fuera desplazada por nociones provenientes del mundo empresarial. La inminente quiebra de este modelo de sociedad abrirá un intenso debate que afectará los aspectos más determinantes de la vida pública.
Lo primero que debemos tener claro es que cuando la educación se limita a la simple instrucción, dejando de lado los problemas más amplios de la vida social, se convierte en una forma sutil de colaboración con el poder, silenciando de hecho, las voces y presencias de los excluidos y relegados por el sistema.
En una época en la que nuestra sociedad se encuentra cada vez más amenazada por ideologías autoritarias, la fuerza del mercado y la política del miedo, es necesario tener claro el importante rol que posee la educación en la defensa de la democracia. Su sentido moral les confiere a los educadores el deber de promover una reflexión constante, capaz de estimular una concepción democrática alternativa cuyo centro sea la conformación de una ciudadanía crítica y comprometida.
El compromiso de la universidad con la democracia es directo. Toda democracia exige ciudadanos reflexivos, autónomos y participativos. Los académicos tienen la responsabilidad de asumir su rol como ciudadanos, relacionando su trabajo con los más urgentes temas sociales, en aras de mantener la educación superior como un espacio decisivo para educar a ciudadanos que ejerzan su libertad en armonía con los principios de la justicia social.
El capitalismo en su versión neoliberal le declaró la guerra a la educación superior y a todas las esferas públicas que hacen posible la vida democrática, dejando a su paso el más sombrío y desolador panorama de pobreza y sufrimiento humano. Bajo este panorama emergen los extremismos totalitarios. Para vencerlos no basta con oponer resistencia a las estructuras económicas y al poder corporativo, es necesaria además una lucha de ideas, de visiones y de conciencia que apunte hacia el cambio cultural mismo. Es crucial entender que toda agencia de cambio solo puede venir a través de la educación emancipadora, hoy más que nunca es necesario el pensamiento crítico.
Comentarios