La desinformación es un fenómeno que está afectando el devenir de las democracias a nivel global. A nivel nacional, la situación es cada vez más preocupante, y sobre la cual se requiere ofrecer respuestas y soluciones desde una perspectiva multidisciplinaria y multiperspectivista. En este sentido, es de mi interés presentar algunos aportes de la investigación socio-cognitiva al estudio de la desinformación y al desarrollo de herramientas que ayuden a combatirlo.
El proceso de formación de la opinión pública en el contexto de Internet y las redes sociales se ha modificado rápidamente, adquiriendo nuevas características y tendencias. En su versión más tradicional, se trataba de una estructura centrada en la comunicación asociada a los medios masivos tradicionales, el flujo de comunicaciones verticales y jerarquizados marcadas por disputas entre élites, grupos de poder y determinado por la agenda e intereses a los cuales se adscribían los medios de comunicación. En contraste nos encontramos ahora ante una pluralización de canales, plataformas digitales, formas de comunicación y perspectivas que coexisten y convergen con los medios tradicionales, definidas sin embargo por criterios algorítmicos que delimitan las interacciones y el acceso a la información, así como por la formación de cámaras de eco, que homogenizan y estandarizan la discusión y la información circulante.
En este contexto, la desinformación como elemento conformador de la opinión pública adquiere igualmente nuevas características, a sabiendas de que el fenómeno no es novedoso, como sí lo es la forma en que esa opinión se expresa en la actualidad y sus repercusiones a futuro.
Desde el inicio del actual gobierno, somos testigos de una serie de tendencias preocupantes que pueden tener consecuencias duraderas en el devenir de nuestra democracia. Enumeremos algunas de ellas que actúan de forma conjunta:
Una comunicación del gobierno que recurre más bien a estrategias propias de la propaganda
Un estilo de liderazgo autoritario, que centra la comunicación y la toma de decisiones solo en el presidente.
Un estilo de retórica para la comunicación política centrado en la descalificación y el no reconocimiento de las personas o grupos que divergen o lo adversan.
El uso de la desinformación como herramienta de presentación de propuestas, resultados y afrontamiento de críticas.
En este marco hemos sido testigos, por ejemplo, de afirmaciones del Presidente de la República que, de forma infundada, indicaban que las universidades públicas no rendían cuentas y carecían de controles en la administración de los fondos asignados, todo ello para justificar un proyecto de ley que pretende la intervención del ejecutivo en la toma de decisiones y en el uso de fondos de las universidades públicas. Precisamente el uso de desinformación como herramienta política y de ejercicio del poder es una forma claramente documentada en la literatura científico social como medio de legitimación, control y de injerencia en la opinión pública. Es allí donde la investigación socio-cognitiva está realizando aportes relevantes para su estudio y comprensión.
La cognición social de la desinformación se refiere a la forma cómo las personas atienden, procesan, comprenden, evalúan y aceptan o rechazan la información que reciben cotidianamente ya sea que sea verdadera, falsa o en general de carácter desinformativa. Desde el punto vista de la ciudadanía nos preocupa el manejo que se hace de los contenidos desinformativos, atendiendo tanto a las posibilidades de crítica y evaluación como de la aceptación y difusión irreflexiva de estos contenidos. La investigación socio-cognitiva ha identificado una serie de mecanismos que tienden a favorecer la aceptación de los contenidos desinformativos, pero también ha logrado empezar a distinguir herramientas que logran identificar dichos contenidos.
Algunos de los mecanismos que se han logrado identificar y que presentan la característica de actuar de forma automática, no reflexiva o consciente incluyen:
La tendencia a buscar información que confirme o apoye las opiniones y creencias previas, descuidando o no atendiendo a si el contenido es verdadero o falso.
La tendencia opuesta que rechaza información que contradice las opiniones propias y creencias previas. Esto puede hacer que las personas sean más propensas a aceptar y compartir mensajes falsos que apoyen sus opiniones previas, ya que la información falsa puede proporcionar una justificación para rechazar información contraria.
Ante informaciones u opiniones que puedan contradecir las propias creencias o convicciones, las personas tienden a buscar informaciones que ayuden a contra-argumentar y mantener las convicciones propias, aunque esto signifique recurrir a contenidos falsos.
En los últimos años se ha visto incluso que la sola exposición repetida y prolongada a informaciones desinformativas hace que las personas terminen por considerar sus contenidos como verdaderos.
De igual relevancia es la confianza depositada en ciertas fuentes de información, de modo que todo lo que estas difundan van a tender a considerarse válido
Asociado a esto último, se ha encontrado que las personas tienden a confiar en la información difundida por su grupo de referencia o personas más cercanas.
Estos dos últimos resultan además problemáticos cuando el tipo de intercambios que se generan en las redes sociales se suceden en el contexto de cámaras de eco, aumentadas por los criterios algorítmicos de las mismas redes, que tienden tanto a descartar las opiniones y flujos de información contrapuestos o disímiles y a favorecer la homogenización de criterios, puntos de vista, fuentes y perspectivas.
Junto con estos mecanismos se ha encontrado que el sistema de valores e ideologías de las personas hace que tiendan a aceptar informaciones que sean consonantes con esas ideologías o valores. Esto aún más en contextos de polarización, actualmente característicos de los entornos digitales y presenciales en el país.
Ante estos mecanismos, y conociendo que en su mayoría actúan de forma automática o no consciente, se han buscado algunas alternativas para contrarrestarlos, las cuales buscan promover
mecanismos cognitivos que favorezcan la reflexión y la activación de estrategias de procesamiento consciente de la información,
mediante la generación de estrategias que permitan la evaluación del contenido, de modo que las personas logren atender a recursos básicos para verificar la la falsedad o la veracidad del contenido,
así como estrategias que posibiliten la valoración de las propias capacidades para dicha evaluación, de modo que las personas analicen si las herramientas con las que cuentan son suficientes,
junto a ello se persigue promover la flexibilidad cognitiva que contribuya a considerar información alejada de las propias creencias, como insumo válidos para la toma de posición o las decisiones respecto a determinado tema.
En el Instituto de Investigaciones Psicológicas estamos trabajando precisamente en la identificación de estos mecanismos cognitivos de la desinformación en el país para la elaboración de herramientas concretas que reduzcan su aceptación y la tendencia a compartir estos contenidos desinformativos.
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