En un sueño nocturno, María Auxiliadora se veía estudiando, vestía un uniforme de colegio y asistía a clases. Al despertar, la mezcla de sentimientos entre la frustración y la esperanza la invadían. Para ese momento, las puertas de su formación educativa se habían cerrado (había llegado hasta primer año de colegio) y era madre de cuatro hijos.
Su hija mayor, Hellen, sabía de esos anhelos. Le habló de una opción llamada Colegio Nacional de Educación a Distancia, y a partir de allí su vida dio un giro. El pasado 23 de mayo, a los 62 años, obtuvo su título como licenciada en Planificación Económica y Social de la Universidad Nacional (UNA). Los sueños se cumplen y de eso es testigo María Auxiliadora Díaz Solís, la protagonista de esta historia de esfuerzo, superación y perseverancia.
Ella es consciente que, sin el apoyo de una beca de apoyo socioeconómico de la UNA, su meta personal hubiese sido difícil de alcanzar. “Al principio yo decía ‘Ay Auxiliadora, usted tan grande y pidiendo beca’, pero es que sin ese apoyo de bienestar estudiantil, no lo hubiera logrado. Pero gracias a Dios existe la universidad necesaria, humanista, que a personas como yo y en mi condición nos da una oportunidad”, relató.
¿Oportunidades? Eso fue justamente de lo que María Auxiliadora careció desde temprana edad, según contó. A sus 15 años estaba casada y a los 21 ya había parido a sus hijos: Hellen, Rocío, Marvin y Josué.
Su infancia la vivió en Paso Ancho, en San José. Es la octava de 11 hermanos, de una familia donde no hubo oportunidades para estudiar. La crianza de sus hijos pequeños fue su prioridad, al verse sola frente al mundo y con una responsabilidad a cuestas para velar por su manutención.
Allí inició el periplo de Auxiliadora. “Empezaba a buscar trabajo, pero en aquella época que mis hijos estaban pequeñitos y muy seguidos, no existían guarderías, ni sistemas de apoyo social como ahora, entonces tenía que ver quién podía cuidármelos, mientras yo salía a buscar trabajo. Y cuando me salía una opción y me preguntaban si tenía hijos y ya veían mi situación, me terminaban descartando”.
Aún así, logró desempeñarse en puestos de miscelánea, dependiente, cocinera y cajera. Trabajó en sodas pequeñas, en algunas oficinas, en panaderías y en zapaterías. Su andar la ha llevado a vivir en cinco provincias, según lo determinara su lugar de trabajo: desde San José, hasta Puntarenas, Cartago, Heredia y Limón. Y junto con ella, sus hijos dependientes.
Debía buscar trabajos donde pudiese entrar en la tarde y salir hasta la noche, para procurar que sus hijos se fueran desayunados y almorzados a sus escuelas, pero también para dejar la casa limpia y la ropa lavada. No había tiempo para el descanso, menos para el regocijo.
Un día, en una visita que hiciera al Ministerio de Trabajo para ser parte de la bolsa de empleo, una funcionaria le llamó la atención sobre su currículo y ese momento jamás lo olvidaría. La marcó al punto de reflexionar sobre cómo podía hacer para capacitarse y preparase mejor, luego de muchos años de haber abandonado sus estudios formales.
“Cuando llené un formulario, solo pude completar la casilla de primaria y nada más. A pesar de mi experiencia en todos esos puestos, no contaba con los requisitos para aspirar a otra cosa. La verdad es que yo nunca había prestado atención a la importancia de tener estudios sino hasta ese momento”, narró.
Para ese entonces, ya sus hijos estaban un poco más grandes. Buscaba opciones en institutos privados para formarse en alguna materia, pero solo podía pagar un mes de matrícula; al siguiente, el presupuesto ya no le alcanzaba y debía abandonarlo. Fue cuando su hija Hellen le habló de la educación a distancia para lograr su bachillerato.
Una nueva ilusión renacía, aunque el proceso no fue sencillo: aprobó desde octavo hasta undécimo. Su obstáculo fuer matemática, perdió el bachillerato en el primer intento y para ese momento, ya había aprobado el examen de admisión para ingresar a la UNA. Lo intentó cinco veces y las cinco veces lo falló.
El pesimismo la embargó, pero fue su hijo Marvin quien le levantó el ánimo para que lo intentara una vez más. “La última vez que hice la prueba hasta tuvieron que darme un té tranquilizante de lo nerviosa que estaba y bueno, al final lo pasé”.
Las puertas de la UNA se abrieron para ella de par en par en el 2013, cuando tenía 50 años. A partir de ese momento, con el apoyo de sus hijos ya grandes y una alta dosis de disciplina y esfuerzo, fue avanzando en la carrera hasta convertirse en bachiller, y ahora en licenciada.
Destaca el apoyo recibido por el director de la Escuela de Planificación y Promoción Social, Ángel Ortega, y fue así como realizó su tesis de licenciatura sobre una estrategia para la asociación de mujeres artesanas Heredia por media calle. Ahora, con su título bajo el brazo, ve su vida desde una perspectiva diferente.
“Estoy lista y preparada para buscar una opción laboral en mi campo de estudio. Mi mensaje para todas las personas es que se vale soñar, no importa el momento de nuestra vida o lo que hayamos experimentado. Aunque me costaba creer en mis capacidades, al final ‘me tiré al agua’ y fui paso a paso”, manifestó.
Sus hijos crecieron, hicieron vidas aparte y ella mira con satisfacción que el esfuerzo hecho valió la pena. Mientras tanto, ella labraba su propio destino de la mano con la UNA y con la convicción de que aquello con lo que soñaba, llegaría a ser realidad.
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