En aras de sumar esfuerzos en la lucha por la toma de conciencia de la población en tiempos de pandemia, el coordinador de la Maestría en Epidemiología de la Universidad Nacional (UNA), Juan José Romero Zúñiga comparte su dolorosa pérdida producto de la Covid-19.
PhD. Juan José Romero Zúñiga. Programa de Investigación en Medicina Poblacional. Escuela de Medicina Veterinaria, Universidad Nacional
Hoy no es un día como cualquiera. Ayer pasé de un lado del otro de acera en cuanto a las estadísticas de la Covid-19 en nuestro país… y el mundo. Ayer despedí a uno de mis hermanos, al primero de la camada de 16 que vio el final de sus días luchando contra ese bicho-no bicho que vino a trastocar toda nuestra existencia. Ayer, me sumé al lado de las estadísticas de quienes hemos visto morir a un familiar cercano, padre, madre, hijo, hija, hermana o, como en este caso, un hermano.
Y es que no es lo mismo verla venir que bailar con ella; no, ¡absolutamente NO! Hasta ayer fuimos 16 hermanos que, por casi 52 años compartimos principios y valores heredados por nuestros progenitores; hasta ayer, la mazorca estaba completa. Un descuido, una simpleza, un acto de autosuficiencia, un…no sé qué, cambió por completo el rumbo de nuestras vidas como familia. Mi hermano enfermó, él no era enfermizo, todo lo contrario. Pensó, como siempre, que no era nada, se descuidó un poco. Cuando buscó atención, por primera vez, ya era un poco tarde; cuando por fin, no por decisión suya sino de sus hermanos fue llevado al hospital, ya era demasiado tarde. Al principio, en el hospital, había visos de esperanza, parecía que era posible ganar la lucha; luego, como suele ocurrir con esta maldita enfermedad, el virus entra a ganar la batalla: hasta que la ganó.
En todo ese proceso, debo decir, como ya muchas veces lo he mencionado, una pléyade de ángeles estuvo a su lado. La forma en que se encargaron de él, primero en el hospital de Turrialba, y luego en el Calderón Guardia, no tiene precio. Mi hermano murió porque la ciencia ya no pudo más, pero ciencia, tecnología y humanidad en toda su extensión estuvieron al servicio de mi hermano, como lo ha estado para todo los demás, sin importar quién sea. Gracias al personal de la Caja Costarricense de Seguro Social, y gracias al pueblo de Costa Rica, porque mi hermano fue tratado como un rey. Hoy, me siento desolado, pero, a la vez me concibo alegre. Mi hermano era la persona más feliz del mundo, era una persona buena, que a todo el mundo le caía bien, amante de la vida y del sabor de la vida; igual que mi madre. Hoy, moran juntos en el cielo, junto con mi padre que, en sus últimos meses fue otra persona; quizás Dios le dio ese chance que necesitaba para reconciliarse con la vida. Hoy, decido estar alegre, tratar de ser feliz; ese era le mayor deseo de mi madre y de Guido: intentaré honrarlos de esa manera.
Nuestros padres nos trajeron a este mundo, ahora nos esperan en el más allá, y, junto con ellos, Guido. Y, espero que más tarde que temprano, nos iremos sumando, porque ese es el insondable derrotero de nuestras vidas.
Por favor, tratemos de evitar estar en el lado menos feliz de las estadísticas. Ya mucho se ha hablado, escrito y dicho sobre prevenir y evitar esta y muchas otras enfermedades; así como buscar ayuda pronto cuando se tiene sospecha de estar enfermo. Por favor, cuidémonos a nosotros mismos, y cuidemos a nuestros semejantes. La respuesta está en nosotros.
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