Sonia Medina forma parte de una familia que constituyó la primera generación de habitantes de Isla Venado, en el golfo de Nicoya. En este territorio peninsular de 6,5 kilómetros cuadrados, la economía se ha fundamentado en la pesca artesanal.
Pero todo cambió desde el 2000, cuando la Universidad Nacional (UNA) arribó a este territorio con un proyecto llamado Triángulo de la Solidaridad: una iniciativa proyectada desde las ciencias sociales para empoderar a los residentes de Isla Venado, en el impulso de una serie de actividades que promovieran su desarrollo.
Medina no solo fue testigo de ese resurgimiento, sino que también fue una de sus protagonistas. De repente, se instaló una comisión de vecinos para tratar una serie de problemas que durante décadas venía arrastrando la comunidad y que no estaban resueltos.
Mientras un grupo tomó las riendas en el tema de la necesidad de desarrollar proyectos de vivienda para las familias de la isla, otro comenzó a explorar eventuales soluciones para el acceso y disponibilidad de agua potable. Un tercer bloque asumió el reto de empujar el proyecto de la inversión en caminos que conectaran a la comunidad.
La participación de la Asociación de Desarrollo de Isla Venado y de la Asociación Administradora del Sistema de Acueducto y Alcantarillado (Asada) fue fundamental. Con la guía y el acompañamiento de la UNA, estos grupos organizados comenzaron a tocar las puertas de las instituciones del Estado vinculados con estos proyectos y fue allí donde emergió una nueva visión de desarrollo, más autónoma y participativa.
“Logramos empoderarnos y que se visualizaran las necesidades que teníamos nosotros los isleños. Aunque el proyecto de Triángulo de la Solidaridad se terminó, nos quedó el legado de saber cómo ir a negociar con las autoridades de los gobiernos de turno y ahora lo hacemos de manera empoderada”, manifestó Medina.
Este es uno de los ejemplos que se expusieron durante el simposio Aportes de las ciencias sociales al desarrollo sostenible de comunidades costeras y ecosistemas marinos y que formó parte del Congreso de Integración de Saberes para un Océano Sostenible. La actividad se llevó a cabo el 6 de junio en el auditorio Cora Ferro, del Centro Universitario Emilia Prieto Tugores.
Nuevos proyectos
De la mano con la UNA y del Programa Interdisciplinario Costero (PIC), del Instituto de Estudios Sociales en Población (Idespo), se desarrollan otras iniciativas que apuntan hacia ese desarrollo anhelado. Uno de ellos tiene relación con un proyecto para el cultivo de ostras, que ha permitido su venta y comercialización y que genera un sustento económico para un grupo de familias.
También se trabaja, desde la protección ambiental, en la construcción de biojardineras, que aprovechan la captación de agua llovida para mantener y conservar espacios verdes en la isla. Con el aporte de las universidades públicas también se dirigen esfuerzos a la implementación de un plan de emergencias, en caso de que se presente alguna situación riesgosa en el territorio.
Así como ocurre en Isla Venado, en otras comunidades peninsulares y costeras del país, al activar los mecanismos establecidos desde la academia y las ciencias sociales se busca impactar la calidad de vida de los habitantes. Son los casos de Isla Chira, donde a pesar del desempleo en la zona, ha emergido un grupo de “ostricultores” que vieron una oportunidad en este oficio; también la Asociación de Pescadores del Caribe Sur trabaja en propuestas de soluciones a la problemática del pez león, una especie invasiva, así como en la lucha para obtener licencias de pesca.
De la academia a las comunidades
La apertura del simposio estuvo a cargo de la académica Silvia Rojas del PIC-Idespo, quien esbozó las claves para un acompañamiento social participativo, a partir de las experiencias de trabajo en estas comunidades.
Señaló que, así como otras disciplinas académicas, las ciencias sociales son fundamentales para comprender los contextos en que los habitantes de estas regiones les corresponde vivir y a partir de ahí se articula una metodología que toma en cuenta estas variables. Es ahí donde los procesos de aprendizaje se tornan dinámicos, apuntó Rojas.
Un ejemplo de comprensión de los contextos es cuando se considera la historia de las comunidades y sus antecedentes, se incluye la perspectiva de género y de derechos humanos en general dentro de las iniciativas que se implementen y se reconoce la diversidad cultural de sus habitantes. “Debemos considerar que las zonas marino-costeras también son territorios alimentarios, sostén de su economía y se debe incorporar esa visión dentro de las propuestas”, apuntó la académica del PIC-Idespo.
En tono con los objetivos del Congreso, Rojas destacó la importancia de alcanzar equilibrios para que la población científica, académica y los residentes en las comunidades luchen de manera conjunta por la promoción de la paz en los océanos.
Luego, la académica Isabel Calvo, de la Escuela de Planificación y Promoción Social, planteó cómo se debe abordar el tema del ecosistema oceánico desde una perspectiva estratégica. Lo fundamental—dijo—es que siempre se trabaje con “escenarios futuros” sobre el resultado de los proyectos que se emprenden.
Fue así como explicó la ruta estratégica que se debe seguir, la cual debe partir de la definición del objeto de estudio, el análisis del contexto, la identificación de factores de cambio (políticas, económicas o sociales) y de los actores involucrados, la construcción de escenarios y finalmente, el diseño de la política y la estrategia y su implementación.
Para Allan Barrios, de Isla Venado, ese trabajo de la UNA en las comunidades costeras ha permeado en el desarrollo de esta zona que hoy goza de una nueva visión de desarrollo, que involucra a sus habitantes y que va de la mano con la ejecución de políticas que son acordes con la protección de los recursos marinos.
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