Tríptico en el Bicentenario de la Independencia
La Catrachita

El otro día estaba yo tan desocupado y ocioso, que decidí escribir una historia de amor: ¡La más grande que se haya contado jamás! -pensaba-. ¡Más épica que la de Helena y Troya!, ¡Más tierna que la de Romeo y Julieta!… Y hasta me parece recordar que ya estaba dibujando en mi mente los personajes de mi historia cuando -de manera inesperada- tropecé, no puedo decir con qué.

Todo mi cuerpo se alzó en el aire y se sacudió de manera tan violenta que cuando aterricé y caí -de espaldas- me noté jadeando, mi corazón palpitaba aceleradamente, y con ambas manos arrugaba las sábanas de mi cama. Frente a mí, sentado sobre la cómoda, estaba un jovencito que más bien parecía un bebé; un bebé que a pesar de su aspecto inocente agarraba su pancita con ambas manos, se sacudía como quien tiene convulsiones y reía hasta las lágrimas.

¿Quién eres y de qué te ríes? Pregunté yo, frotándome los ojos, aún entre dormido y despierto.
Con voz entrecortada, me dijo por respuesta:

¡Una historia de amor!, ja ja ja... ¡Una gran historia de amor!... ja ja ja, ja ja… ¿Tú vas a escribir una historia de amor?... Y volvió a agarrarse su pancita y a reír.
Me quedé mudo y desconcertado un buen rato, lo que le dio tiempo de continuar hasta que poco a poco se le agotó la risa. Entonces me dijo, más calmado, pero sonriendo:

Contesta solo una pregunta antes que empieces a escribir tu “gran historia de amor”: ¿Qué sabes tú del amor? ¿No fueron tus padres empleados de clase media?, ¿no fue su lucha siempre cómo pagar las cuentas familiares, estirando sus salarios para llegar a fin de mes?, ¿no haces tú lo mismo doce veces todos los años? No, mi amigo, tú aprendiste a luchar para vivir; no sabes nada del amor, no lo reconocerías si te chocara la nariz y te pidiera matrimonio.
¡Mira pues!, como estoy de buenas, (continuó diciendo) te daré un consejo: escribe sobre lo que sabes y todo te saldrá más fácil y mejor. Con algo de suerte ni siquiera tendrás que inventar. Cuando tengas clara la historia que deseas contar, la reconocerás, aunque sea tal vez ajena. Quizá no seas padre sino padrastro de tu historia; y tu trabajo será traerla de lejos, traducirla de otro idioma, o tal vez solo debas divulgarla porque en su momento -aun siendo buena- incomodó gente con poder que por eso la condenó a censura y la escondió…

Se me viene a la memoria (prosiguió, poniendo ahora semblante pensativo) una hondureñita que escribió sus luchas: una catrachita muy linda que hace mucho tiempo se alistó como voluntaria en el Ejército Aliado Protector de La Ley que formó Francisco Morazán, para defender la patria de las hordas conservadoras que cometieron el error de invadirla. La catrachita luchó junto al paladín centroamericano cuando los expulsó de Honduras y en casi todas sus victorias hasta liberar toda Centroamérica. Pero también estaba ahí el día que los rencorosos conservadores lograron asesinarlo, en Costa Rica, utilizando su vil estrategia de siempre: el engaño y la traición. Luego de tan duro golpe, esta valiente mujer decidió pasar a la clandestinidad donde alternó el uso del fusil con el de la pluma. Así, la catrachita escribió no se sabe cuántos documentos, firmados casi todos con su seudónimo de combate: Media Verónica; entre ellos, un poema al que puso por título:

“Libertad

Sé que el viento sopla fuerte,

que nadie me sostendrá;

más no me importa mi suerte

si llega a mí un huracán.

Si las ondas tempestuosas

me quieren arrebatar

de la vida, de los sueños,

del amor a la verdad.

¿Dónde está el que con hilos puede

el soplo de vida dar?

Calla el corazón, rompe o estalla,

pero ¿Dejar de amar?: ¡Jamás!

Viejos ritos, glorias idas,

bananales, cafetales…

estas tierras mis amores

y su llanto mi pesar.

Mas si hay fieras, domadores;

si hay sueños, hay realidad;

si hay crueles, hay vengadores

y si hay hombres: Libertad.

 

Media Verónica,

en algún lugar de Centro América, octubre de 1842”

Ahí tienes un ejemplo: escribe tus luchas como hizo La Catrachita y todos querrán oírlas.
Concluyó el bebé, mientras desaparecía lentamente ante mis ojos.

Datos del autor

Óscar Rafael Flores Cruz. Tegucigalpa, 1968. Lic. en Letras por la UNAH.
Especialista en Diseño, gestión y evaluación curricular. Profesor de Letras, Director de UNAH-Tec Aguán: 2012-2015. Obras: “Que no nos llore nadie… (Vida y obra de Jacobo V. Cárcamo)”, “La toreada de La Danta en Agalteca”, “Amar a Sofía (Tecnologías de la palabra)”.